domingo, octubre 05, 2014

Cabo Tuna, el primer centro espacial mexicano
















Una violenta exhalación de llamaradas verde-amarillentas anunció el fin de la cuenta regresiva. Con un fuerte siseo, la densa humareda inicial se convirtió en la base de una blanca columna que se alzó dos kilómetros y medio hacia el cielo. En el centro de control, los responsables del experimento festejaron el éxito con euforia desbordante. Era el 28 de diciembre de 1957 y desde la ciudad de San Luis Potosí, México lanzaba por primera vez un cohete con fines científicos, tan solo dos meses después de que Rusia iniciara la conquista del espacio.

El 4 de octubre de 1957, las radiodifusoras de todo el mundo interrumpieron sus transmisiones para anunciar que el primer satélite artificial, Sputnik 1, había sido puesto en órbita por científicos rusos. En la Ciudad de México, el Ing. José de la Herrán, decano de la divulgación científica, tomó los micrófonos de la XEW para explicar a los radioescuchas los pormenores de  la tecnología que habían utilizado los rusos para aventajar a Estados Unidos en la carrera espacial. Durante su intervención, el Ing. de la Herrán presentó una grabación especial: en medio de una ruidosa estática sobresalía un tenue bip bip, era la voz del Sputnik reportándose desde su privilegiado puesto de observación.

En la ciudad de San Luis Potosí, un salón del segundo piso del edificio de la Universidad daba alberge a la recién creada Escuela de Física. El local funcionaba como salón de clase, laboratorio y oficina del director. Hasta allí llegaron los reporteros de la prensa potosina, contagiados de la fiebre espacial, buscando  en los futuros físicos las voces expertas que pudieran explicar la maravilla tecnológica. 

Nadie sabía que como parte del trabajo experimental, maestros y alumnos de la Escuela habían estado diseñando y construyendo cohetes de combustible sólido con el propósito de desarrollar sondas que permitieran realizar estudios climáticos. Ante las preguntas de los reporteros, uno de los estudiantes no pudo resistir la tentación y con cierta presunción declaró “del satélite ruso no sabemos nada, pero aquí tenemos algo mejor”.


La física en su estado más sólido

Gustavo del Castillo y Gama era uno de los 5 físicos con doctorado en el México de los años cincuenta. Al igual que sus colegas había obtenido el posgrado en una universidad extranjera, pero a su regreso no se integró a ninguna de las dos escuelas de física que existían en el país en ese entonces. Al término de su doctorado, en 1955, se había propuesto que regresar a su natal San Luis Potosí y preparar allí el terreno para crear una escuela y un instituto de física. 

“El pensaba que con un poco de comprensión y mucha imaginación se podía dar a la física mexicana un impulso sin precedente. Pero había que apartarse del grupo capitalino (el Instituto de Física de la UNAM creado en en1938)” relata el Dr. Candelario Pérez Rosales, quien sería también maestro e investigador del Instituto de Física de San Luis Potosí.

Para marzo de 1956, el Dr. Gustavo del Castillo era el flamante director del Instituto y la Escuela de Física, los cuales eran formalmente parte de la Universidad de San Luis Potosí. Nueve alumnos y cuatro profesores conformaban la población de ambos organismos. Además de la formación de recursos humanos especializados, la nueva institución se abocó al desarrollo de investigación experimental.

Uno de los primeros proyectos fue investigar la posibilidad de generar lluvia mediante detonaciones en las nubes. “Desde que llegue a San Luis se notaba una gran sequía y la falta de agua se hacía cada vez más crítica “ -- escribió el Dr. Del Castillo en unas notas que se conservan en el archivo del Instituto -- “pensé que el uso de cohetes explotados a gran altura originaría la formación de gotas lo suficientemente grandes para caer como lluvia” .

En sus notas, Gustavo del Castillo cuenta que los primeros experimentos se hicieron con los tradicionales cohetes usados en las celebraciones religiosas. Se mandaron hacer varios, modificados para alcanzar mayores alturas. El experimento se llevó a cabo desde unos cerros a las afueras de San Luis. Allí, coordinados por el Dr. Del Castillo, dos escépticos maestros coheteros lanzaron sus artilugios al mismo tiempo y tras las explosiones, unas gotas de lluvia comprobaron que la teoría era correcta.

Cabo Tuna, se inicia el conteo.

“Pensé que el desarrollo de un proyecto de esta naturaleza tendría un valor educativo para los estudiantes de física así que se los propuse”, se lee en las notas del Dr. Del Castillo. Así comenzó un modesto proyecto para el desarrollo  de cohetes que pudieran llegar más allá de las nubes en los que los estudiantes participarían con su creatividad y habilidad manual.

El primer problema a resolver era el combustible, se requería producir un gran empuje para levantar el aparato. Existían dos opciones, la primera eran los combustibles líquidos pero estos fueron desechados de inmediato por el peligro que representaban. La otra opción fue la más apropiada, una mezcla de azufre y zinc en polvo conocida como “micro-grano”. Para la preparación del combustible se diseñó un mezclador de polvos tomando como modelo los usados en la industria panadera.

Conforme las personas se enteraban del trabajo realizado, la Escuela fue recibiendo apoyo de muchas partes, un ejemplo de ello fue el material necesario para construir el cuerpo del los cohetes. “los tubos de plomería no son adecuados pues están cerrados por una costura eléctrica que es muy débil, con algunas cientos de libras de presión explotan y se deforman” explica el Fis. Luis Gerardo Saucedo Zárate, exalumno de la escuela de física de San Luis Potosí. El equipo buscó entonces tubos de los utilizados para calderas, mejor adaptados para soportar las presiones de un motor de cohete. “El tubo de acero inoxidable y sin costura lo sacamos de la Refinería de PEMEX en Salamanca” apunta el Dr. Castillo que además resalta el interés y disposición de los directivos de la planta por el proyecto. Los maquinados para dar forma al cuerpo del cohete y la tobera se realizaron en el taller de un laboratorio de la Facultad de Medicina.

La base de lanzamiento, que más tarde sería bautizada como Cabo Tuna por la prensa potosina, estaba ubicada en un campo de Golf al norte de la ciudad. Se había construido una torre de 4 metros de altura que serviría como plataforma de lanzamiento. A unos metros de allí se encontraba el  “Centro de Control” que consistía de una trinchera rectangular excavada en el suelo y cubierta con gruesos tablones de madera. Aquí se instalaron las cámaras fotográficas encargadas de documentar el experimento.

El Dr. Candelario Pérez Rosales, uno de alumnos que desarrollaron los cohetes, recuerda que una fría mañana de noviembre en 1957, el grupo se dirigió a Cabo Tuna para probar el poder de propulsión del combustible. Se trataba de prototipos de pequeña escala ( 75 cm de alto y 2 centímetros de longitud). Al igual que le sucedió a Werner Von Braun y Robert H. Goddard, padres de la construcción de los cohetes espaciales, las primeras pruebas no fueron tan sorprendentes. “Se hizo el primer intento de elevar un cohete, pero el artefacto explotó en la torre de lanzamiento, sin que se hubiera elevado un solo centímetro” escribiría mas tarde el Dr. Pérez Rosalez. “Esa misma mañana se hicieron otros dos intentos con resultados desastrosos.”

En la ciencia, se aprende más de los fracasos que de los éxitos, enfatiza el Fis. Saucedo y un mes más tarde, el 28 de diciembre, el grupo se encontraba instalando en la torre de lanzamiento el Fisica 1. Se trataba de un cohete de 1.70 metros de largo y 8 kilogramos de peso. Su diseño era muy simple, escribe Candelario Pérez Rosales, el cuerpo principal, un tubo de 5 centímetros de diámetro y 1.6 milímetros de espesor, servia de depósito de combustible y cámara de combustión. Loas gases producto de la oxidación del combustible eran expulsados a través de una tobera de acero. En la parte inferior se instalaron tres  aletas de aluminio para estabilizar el vuelo. Remataba el proyectil una ojiva sólida de madera. Desde el Centro de Control los maestros y alumnos iniciaron el conteo. Al activarse el cohete un empuje de cien kilogramos levantó el proyectil hasta una altura de dos kilómetros y medio. 

Cuatro meses después el grupo regreso a Cabo Tuna para un segundo lanzamiento. Pensando en el desarrollo de sondas de investigación que requerían recuperar el artefacto intacto se le instaló un paracaídas con un sistema que lo desplegaba una vez que al proyectil había alcanzado la altura máxima. La prueba fue espectacular de acuerdo con el periodista Benjamín Wong que fue enviado especialmente a cubrir el lanzamiento. La física potosina iniciaba su acenso en el campo de la experimentación.


Todo lo que sube, ¿tiene que bajar?

La experimentación con cohetes en la escuela de Física continuó a lo largo de 14 años en los que se desarrollaron 2 series más; la “Zeus” compuesta por nueve lanzamientos, el último de los cuales utiliza un sistema de dos etapas buscando incrementar la altura y desarrollar un vehículo de estudio más eficiente. Más tarde, a principios de los años 70, se desarrolló la serie Filoctetes compuesta por artefactos de una y dos etapas. En 1972 con el lanzamiento del Filoctetes II puso término a los 15 años de experimentación en el ámbito de los cohetes. Sin embargo aun no se ha puesto el punto final a esta historia,  el Filoctetes III, un artefacto de tres etapas, construido en 1972, aun espera el momento de su lanzamiento-

Un nuevo interés por el espacio ha surgido en el gobierno federal y prueba de ello es que en noviembre del año pasado, el Senado de la República aprobó expedir la Ley que crea la Agencia Espacial Mexicana (AEM), encargada de proponer y ejecutar la política espacial de México. Los críticos señalan que México no tiene aun las capacidades para un organismo así, sin embargo el ejemplo del Dr. Gustavo de Castillo y Gama es prueba de que “con un poco de comprensión y mucha imaginación se puede dar a la ciencia mexicana un impulso sin precedente.”